Presentamos la pieza de otoño-invierno: "La máscara del demonio"

Vilamuseu ha presentado esta mañana su nueva pieza de temporada, se trata de un conjunto de piezas arqueológicas fenicias que guarda relación con la proximidad del día de los difuntos. Al acto han asistido el alcalde de la localidad, Andreu Verdú; la concejala de Cultura y Patrimonio Histórico, Mª Ángeles Gualde y el concejal, Jau Lloret.
 
Estas piezas aparecieron en la llamada tumba 5 de las excavaciones de 2003 en la necrópolis fenicia de Les casetes de la Vila Joisoa y tras la investigación realizada por la voluntaria Aránzazu Vaquero se ha desvelado el significado que debió tener este extraño ritual mágico. Datan de segunda mitad del s. VII, dentro de la segunda oleada de colonización fenicia de occidente, los fenicios fundaron una colonia, la situada más al norte de la Península Ibérica, en la Vila Joiosa, al tiempo que las de la Fonteta (Guardamar) o Ibshim (Ibiza).
 
Esta es, probablemente, la pieza más terrible de los fondos de Vilamuseu. Apareció enterrada en una fosa en la que no había huesos del difunto, por lo que se trata de una ofrenda a un muerto de una tumba próxima o de un cenotafio, es decir, de una tumba que se hace a un muerto del que no están presentes sus restos.
 
La fosa contenía una cajita de madera que se quemó con cuatro poderosos amuletos tallados en piedra de talco en su interior. Cada uno de ellos representa a varios dioses egipcios, y supone que protegieron al difunto durante su vida y que debían haber seguido haciéndolo en el más allá. Pero alguien puso todo su empeño en impedirlo: los amuletos habían sido quemados ya una primera vez, seguramente en la pira funeraria junto con el difunto, y después fueron rayados intencionadamente y quemados de nuevo dentro de la cajita. Con estas acciones parece que se quería anular su poder en el más allá.
 
Además, sobre los restos calcinados de la cajita aparece la máscara de vidrio de un demonio, un ser maligno que conjura el mal contra el que se lucha. Junto a él hay otras dos pequeñas cuentas de vidrio decoradas con ocho ojos, que son amuletos que protegían del mal de ojo en todas direcciones. Estas cuentas no estaban quemadas, se depositaron al final, cuando la fosa ya se estaba enfriando.
 
Los amuletos de piedra de talco (esteatita) formaban parte de un collar. Se encuentra entre ellos algunos de los amuletos más poderosos del antiguo Egipto: el primer amuleto lleva el Ojo derecho de Horus u Ojo de Ra (Udyat) y la vaca Hathor, protectora de la maternidad; el segundo es el Dios Tutu, o Maestro de los Demonios, en forma de esfinge, con un gato en su base. El gato es Bastet, una diosa terrible que también protegía los embarazos y tenía poder para controlar a los demonios.
 
  El tercero de los amuletos es un Enano Pateco Panteo, cargado de símbolos de otros dioses, como las cobras y los cocodrilos de Harpócrates (Horus niño) en las manos y los pies; el escarabajo del dios Jepri en la cabeza (el escarabajo o escarabeo es el amuleto más poderoso de Egipto y significa la resurrección), el rostro de Horus (el dios halcón del Sol poniente), una diosa Isis (la reina de los dioses y de la magia) en la espalda, con las alas extendidas para proteger al poseedor del amuleto; y la groma, un símbolo del dios arquitecto y creador Ptah. El dominio sobre las serpientes significa en Egipto la posesión de la Heka (la magia).
 
El cuarto y último es un amuleto de esteatita, es un halcón con cabeza de babuino. Puede ser Horus con la cabeza de su hijo Hapi, el dios que protegía los pulmones de una momia, y que aparece representado en uno de los cuatro vasos canopos de las tumbas egipcias. Pero el babuino también puede representar a Toth, el gran dios de la sabiduría y de la magia.
 
Algunos de estos dioses, como Tutu y Bastet, se consideraban especialmente poderosos contra los demonios. Al dañarlos con el raspado y con el fuego parece que se pretende anular de ese poder para que el demonio que se depositó sobre la cajita pudiera obstruir eficazmente los poderes mágicos de los cuatro amuletos. Estaríamos ante una execración, un ritual mágico de castigo eterno a un difunto, al que se priva de protección en su viaje al país de los muertos.